domingo, 14 de abril de 2013

Mi abuela


Recuerdos de hace ocho o diez años vuelven hoy a mi memoria. Los tenía aparcados porque resultaban demasiado dolorosos pero, curiosamente, hoy me sirven de consuelo. No quiero que los últimos años de la vida de mi abuela, tiempos de deterioro y decrepitud, empañen tantas y tantas memorias de su cariño a la gallega. Un cariño que ella no demostraba como una abuela común. No daba besos sonoros ni malcriaba comprando regalos o helados. Ella vivió la posguerra y no estaba por mimar a sus nietos ni sabía qué era eso. Lo hacía sin embargo, nos malcriaba sin darse cuenta, siempre frente a los fogones, preparándonos de postre, un martes cualquiera, arroz con leche o plátanos fritos.

Mi abuela escribía con una preciosa y temblorosa letra de caligrafía. La ortografía no era lo suyo pero sumaba y restaba a toda velocidad, repasando los números con un lápiz de punta gruesa y rayas amarillas y negras. Las cuentas fueron lo suyo, ella llevaba al dedillo los números de la tapicería, y eso que tuvo que dejar la escuela muy pequeña para cuidar a su madre enferma. Debió de ser muy duro para ella porque lo recordaba a menudo. Era coqueta, nunca perdonó la peluquería semanal, y se teñía su abundante cabellera de rubio platino. Aún puedo verla depilándose las cejas frente a la ventana y pintándose los labios muy despacio, se notaba que disfrutaba haciéndolo. Se ponía muy guapa para la misa del domingo, y salía airosa, como la Flor de la Canela, del brazo de su amor, mi abuelo David.

Ella le llamaba Daví, sin la d final, porque el acento gallego la acompañó toda la vida. Tampoco pronunciaba la “C” de “perfecto” y se preocupaba mucho de taparnos con chaquetas y batas porque, advertía, “podéis enfriar”.

Tenía la increíble capacidad de dormirse en cualquier lugar y circunstancia, no importaba el ruido que hubiera alrededor:  ella no perdonaba su “cabezada” después de comer, con las voces del telediario de fondo. Cuando se despertaba, con cara somnolienta musitaba “qué es?”.  Después se levantaba deprisa, no se quedaba sentada para ver la novela, porque ella trabajaba, trabajaba mucho y hasta muy tarde, como solo una mujer gallega puede y sabe hacerlo.  Así, con el bocado en la boca, salía presurosa para reanudar su tarea de cortar, coser y casar dibujos en la tapicería, al lado de David, su compañero, su amor y su vida.

Los recuerdos de mi abuela huelen a empanada, a leche frita, a filetes rebozados y a filloas. Ella sabía cocinar cuatro cosas pero lo hacía mejor que nadie. Hace ya mucho que extraño sus guisos y sus sonrisas. 

Después de comer a ella le gustaba tomar el “dulce” acompañado de una copita de coñac, y siempre protestaba negando con la mano porque le servíamos mucho… aunque al final se lo bebía enterito. Nunca existió nadie más feliz que mi abuela cuando tenía“el dulce” en una mano y su copita en la otra.
Así me gustaría recordarla. Feliz comiendo el postre, o vestida para ir a misa, como un brazo de mar, con el bolso y los zapatos rojos haciendo juego y del brazo de su David. Tan airosa, tan ufana, con su espalda bién recta. No quiero que el Alzheimer me robe también estos recuerdos, además de haberme robado los últimos años de mi abuela. Descanse en paz.

domingo, 7 de abril de 2013

Jornada escolar continua: ¿sí o no?

El colegio del lechón ha iniciado un procedimiento para modificar la jornada escolar. El proyecto consiste en cambiar el horario habitual, de 9 de la mañana a cuatro de la tarde con el consiguiente descanso a la hora de comer, por una jornada continua de clases sólo por la mañana. Según la información enviada por el cole, pese a tratarse de una jornada más corta, no hay una disminución de las horas de clase, solo que están comprimidas para "reorganizar" el horario, que pasaría a ser de 9h. a 14h. Los niños tendrían cinco sesiones de clase de 50 minutos cada una con un descanso a media mañana. A continuación, seguiría funcionando el servicio de comedor, con recreo hasta las 16h. De esta forma, aquellos afortunados cuyos padres se puedan permitir recogerles a las 14h. se van a casa felices cual perdices a disfrutar de buenísima comida casera, para a continuación dormir la sagrada siesta, tirarse a la bartola, o hacer lo que les dé la gana toda la tarde

Cuando por primera vez leí la información que envió el cole, me pareció que para los niños supondría una increíble mejora de la calidad de vida. De hecho, cuando volvimos de Bali, donde la escuela infantil cerraba sus puertas a las tres como muy tarde, los horarios en España me parecían maratonianos para los pobres peques. Me daba pena que tuvieran que pasar allí casi todo el día... Sin embargo, no es más que un reflejo de la vida que llevamos los mayores. La jornada laboral española, tan absurda como poco compatible con la vida familiar, obliga a que los niños, sobre todo los más pequeñitos, pasen en el cole tantas horas. ¿La solución? Para mí no está en cambiar de raíz el horario del cole, sino en mejorar los horarios de trabajo de los padres: crear jornadas laborales más flexibles, horarios continuados, olvidar el descanso de dos horas para comer, y que los jefes dejen de poner las reuniones a las cuatro de la tarde de  una puñetera vez.

Por suerte el proceso de cambio en el cole está sujeto a la votación de padres y maestros. No me cabe duda que los profesores están en pro del cambio -yo si fuera profesora haría lo mismo-y para ello han organizado una jornada informativa, me imagino que en aras de convencernos de las bondades del horario matutino. Aunque no he podido asistir a la reunión, por sentido común imagino que los niños rinden más por la mañana, que después de comer las clases se convierten en una batalla campal, que los niños están atocinados y no hay quien haga que 25 chavales atiendan al profesor a las tres y media de la tarde y en mitad de la digestión.

Tampoco he asistido a las tres o cuatro reuniones convocadas por el AMPA, en las que, por lo que he estado leyendo, se han manifiestan en contra de la jornada continua, porque según ellos supone una disminución de horas lectivas encubierta, y nos alertan del peligro de que, a la larga, se suspendan servicios como el comedor escolar, las actividades extraescolares, la ruta... para que, al fin y a la postre, todos los niños tengan que salir a las dos de la tarde, y allá te las apañes.

El próximo 12 de abril será la votación y aún estoy indecisa. Quiero hacer lo que sea mejor para Manuel (y para Julio en el futuro) independientemente de lo que a mí me venga bién. Y aunque la jornada continua puede llegar a ser un problema en caso de que se cumplan los vaticinios del Ampa, es tal vez más cómoda de llevar, y quizá de verdad mejore el rendimiento académico de los niños. ¿Alguna opinión?
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